El muro

Pride has built a wall, so strong
That I can’t get through
Is there really no chance
To start once again?

Still Loving YouScorpions

Minirelato para el Escribitón de Thals
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Cuando se marchó de ese maldito barrio no tenía planeado volver, pero debería haberse acostumbrado a que pocas cosas en la vida le habían salido como ella quería, así que no era tan raro que, apenas tres años después de haber puesto muchos kilómetros entre ella y la ciudad que la vio crecer, volviese a estar ahí, tan perdida como la primera vez que llegó, con nueve años y sin ser apenas capaz de comunicarse.
Alguien debería haberle explicado que los reencuentros son más dolorosos que los inicios de mierda. Alguien debería haberle explicado que la nostalgia duele más que el propio dolor. Pero nadie había tenido tiempo o ganas de explicarle nada, así que se encontraba en medio de la calle, con una mochila colgada en la espalda demasiado pequeña para toda su historia, y mirando sin apenas pestañear la casa en la que, durante años, se había sentido segura y querida. Estúpidamente querida. El pesar y la rabia habían logrado destruir muchos recuerdos buenos que había necesitado olvidar para poder seguir adelante, pero no eso. No esa maldita sensación de sentirse necesitada y aceptada a pesar de ser el desastre que era.
Tampoco había conseguido olvidar esos penetrantes ojos negros que la miraban desde el otro lado de la calle, justo delante de su casa santuario, como siempre había sido. La observaban con la misma intensidad con la que le debería estar mirando ella. Casi la misma intensidad que cuando eran apenas adolescentes y creían que aún podían controlar algo del mundo, contándose futuros planes bajo la atenta mirada de esas cuatro paredes mal pintadas que, a fin de cuentas, era la casa en la que pasó la mejor época de su vida.
Él fue el primero en moverse. Con su pelo casi rapada al cero, sus más que notorios tatuajes, el ceño fruncido y los labios carnosos apretada en un rictus poco amistoso, era la viva imagen del matón de barrio, ese individuo del que todos los padres te dicen que tienes que alejarte. Todos menos los de ella, así que observó sin pestañear como se acercaba, sin moverse ni un milímetro.
Se plantó a escasos centímetros de ella y se cruzó de brazos, no sin antes beber de la lata de cerveza que ni siquiera había visto, centrada en su batalla de miradas.

—Gemma.— él inclinó ligeramente la cabeza.
—Oscar.— ella estiró notoriamente el cuello.
—Cuánto tiempo.
—Y más que debería haber pasado.

Ante eso, Oscar se rió por lo bajo, esbozando una sonrisa de medio lado y apartando la mirada.
Y ahí estaba de nuevo, esa sensación que siempre acompañaba sus encuentros con Oscar, incluso los más desagradables. Solo le hacía falta mostrar uno de sus gestos cotidianos (la media sonrisa, apretarse el labio inferior pensativamente, rascarse el codo cuando estaba nervioso, apretar los dientes cuando sabía que iba a decir algo que le iba a meter en problemas) para que una ola de cotidianidad y tranquilidad intentase nublarle los sentidos. No era tan fácil olvidar a su mejor amigo.

Alguien debería haberle explicado que resistirse a lo que necesitabas, por malo que fuera, era peor que sufrir las consecuencias por ceder. Pero no, nadie se había preocupado con eso, tampoco.

Involuntariamente recordó cómo se conocieron y todo lo que eran:
Él era un chico curioso y ella una chica que no le temía a nada.
Ella escuchaba rock y él rap y salsa a escondidas.
Él quería escapar de su futuro y ella contaba los días para llegar a él.
Ella se habría paso en la vida a puñetazos y él a base de conocerla, estudiarla y entenderla.
Él aún creía en los sueños y ella los había enterrado.
Ella valoraba la opinión de sus seres queridos y él creía que sabía más que nadie.
Él la había traicionado y ella le había expulsado de su vida.
Gemma y Oscar no estaban hechos el uno para el otro, pero de alguna manera lograron juntarse y hacer una muesca tan grande en sus respectivas vidas que no habían conseguido borrarla ni los muchos años sin relacionarse, por mucho que Gemma le evitase con todo su ser y por mucho que Oscar dijese que había sido algo de críos idiotas.
Hacía años que no se veían. Sus vidas habían cambiado mucho desde la primera vez en la que sus miradas se cruzaron, o la primera vez en la que sus dedos se rozaron por accidente. No había ningún motivo por el cual seguir arrastrando los pedazos de una relación que no pudo ser.
Pero ahí estaban.
De nuevo.

Alguien debería haberle explicado que el orgullo es algo inmensamente satisfactorio, pero el precio a pagar es más grande que el beneficio obtenido. Pero, de nuevo, alguien lo había omitido.

Oscar volvió a romper el tenso silencio, aunque no por ello incómodo.

—Podemos volver a empezar.
—No.
—No era una pregunta.
—Lo mío sí era una negativa.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué quieres que diga?— extendió los brazos, visiblemente exasperado.— Ya no somos críos, Mint. Podemos pasar página y solucionarlo.

Quería que le dijese que lo sentía. Quería que le dijese que la había echado de menos, que era un idiota y que ella tenía razón. Y a la vez quería que no dijese nada de eso, porque se había acostumbrado a mirar hacia delante y escuchar aquello significaría tener que echar la vista atrás y tal vez no sería capaz de volver a empezar.

—El problema es que necesitas que te lo diga yo porque ni siquiera sabes lo que hiciste mal.
—Es mi vida, y yo decido lo que es mejor.
—Eres un puto egoísta.

Entonces fue ella quien apartó la vista. Suspiró, asqueada, y le miró sin ocultar el dolor y la rabia que sentía desde el momento en que vio a Oscar entrando en un coche de policía por haber juzgado tremendamente adecuado liarse a puñetazos con un tío con pistola, solo porque se lo habían pedido. Alguien que no era Gemma. Alguien a quien había decidido hacer más caso que ella a pesar de haberle pedido por favor que no hiciera locuras. A pesar de que nadie le quería más que ella.

—La gente normal no se pone en peligro pudiendo evitarlo. La gente normal intenta evitar hacerse daño, ya sea por ellos o por el dolor que puede causar con sus actos a la gente que le quiere.- tomó aire.—Eso no es lo que hacen los amigos.
—Tu y yo no éramos amigos.
—No, desde luego que no.- se rió sin ganas y con una pequeña punzada en el corazón que odió con todas sus fuerzas.
—No “solo” amigos.

Notó como le ardían las mejillas y le escocían los ojos de pura rabia. Quería gritarle que ojalá no hubiese sido así, pero no era capaz de borrar lo único bueno que había tenido.
Se frotó los ojos para pensar con claridad.

—No puedo pedirte perdón por algo que no siento. Puedo, pero no quiero. Y tu tampoco deberías querer.
—Tu deberías entrar en razón y escucharme. Yo tenía razón. Mírate. ¿Dónde coño han quedado tus sueños?— vio como su amigo negaba lentamente con la cabeza.
—Simplemente han cambiado.
—Sí, a hostias.
—Da igual, han cambiado. He cambiado. Y tu deberías hacer lo mismo. Simplemente… Hablemos. Hagamos una tregua, aunque sea durante treinta segundos. Finjamos un nuevo inicio.—susurró Oscar. Gemma no añadió nada.—Oscar.— se llevó una mano al pecho y le ofreció la lata.
—Gemma.— aceptó la oferta y le dio el trago más largo en su relativamente extensa vida como bebedora de cerveza.
Después, pasado el medio minuto, la tiró lo más lejos como pudo.

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